lunes, mayo 27, 2013

LA PEREZA, LA MADRE DE TODOS LOS SUEÑOS Hay algo que siempre me ha llamado la atención y que es recurrente en nuestra idiosincrasia: amamos la pereza; ésta se presenta siempre como un estado ideal para alcanzar, si por esas cosas de la vida, el destino nos depara la suerte de apuntarle al premio gordo de la Lotería, Loto, Kino o como se llame o, si recibimos una generosa herencia de un pariente que ni siquiera teníamos en cuenta… ¡Lo que es yo, no le trabajo un día más a nadie! o, ¡mandaría a mi jefe a la CSM, me compro una casa, un auto y me dedico a viajar..! Son las frases más recurrentes cuando nos ponemos en la hipotética situación de pasar de un paraguazo de empleados a millonarios. Porque “nica” pasa por nuestra mente el hacer el “camino largo”: iniciar un emprendimiento, trabajar como burros, ahorrar hasta el último centavo y al cabo de un decenio, alcanzar el idílico estado… Noooooo, la gracia es “de un viaje”, levantarse asalariado y acostarse millonario. Otra cosa destacable, es el hecho que tampoco tenemos misericordia cuando hablamos de nuestro pueblo: ¡El roto es flojo, siempre quiere que le den, pero de trabajar nada! Tampoco nos apiadamos de nuestros pueblos originarios: ¡Es que el mapuche es vago, se sienta en la ruca a ver cómo su mujer trabaja! Quizás nadie se ha dado la tarea de investigar, que el pueblo mapuche es una etnia que deviene de una cultura de cazadores y recolectores; que no tienen mentalidad de empresarios, y que en su mente la palabra “lucro” (un “hit” de nuestros días), no posee para ellos, una traducción conocida. Diversos investigadores e historiadores concluyen: que la diferencia de los pueblos latinoamericanos con los norteamericanos y europeos, tiene causas históricas precisas. Primero, hay una diferencia de culto, nosotros conquistados (extraña palabra por cierto), por España y obligados a abrazar el catolicismo. Los otros protestantes, pioneros que tenían el convencimiento, que el cielo se alcanza trabajando y teniendo éxito en el plano terrenal y donde el “self made man” no es “un roto metido a gente”, sino, al contrario, un ejemplo a seguir. Cuando España se embarca en la empresa de “conquistarnos”, es importante recordar que ésta venía saliendo de siete siglos de guerra con los moros y de servidumbre feudal, lo que derivó necesariamente, en que los oficios considerados “dignos de alcanzar, fueran tres: cura, soldado o escribano; el español desdeñaba, por lo tanto el trabajo físico, entregado a las clases inferiores de la sociedad, principalmente campesinos y artesanos y al que consignaban como “castigo” y no como virtud, a diferencia de los protestantes. A partir de este hecho incuestionable, nuestros “conquistadores”, se sirvieron de los nativos latinoamericanos como “la fuerza de trabajo” de las colonias, que recibían a cambio la cruz y la sentencia: que “nacer pobre era el designio de Dios, quien les reservaría un “ticket de privilegio en la otra vida” “bienaventurados los pobres ya que de ellos será el reino de los cielos”. (Cosa que podríamos considerar como el primer dato del “tráfico de influencias”…) Otra joyita que nos dejó nuestro origen, se sintetiza en la frase “hacerse la América”, que deriva de la desmesurada codicia del conquistador por el oro, pasaporte seguro que les haría volver a la empobrecida madre patria “felices y forrados”. Dado este pincelazo histórico, podemos inferir, sin riesgo a equivocarnos, que nuestro sueño por la pereza es una herencia cultural. De aquello derivan muchas de nuestras conductas aborrecibles, que afloran en épocas de vacaciones, cuando los arriendos en balnearios se van a las nubes, cuando en las festividades los pasajes doblan y a veces triplican sus precios, los restaurantes y hasta los cuidadores de autos cobran sobreprecios etc. El “hacerse la América”, aunque sea a pequeña escala, vive en nuestros genes. Es nuestro país, donde el PIB está más mal repartido que “baraja de tahur”, y donde muchos empresarios ponen su empeño en pagar el mínimo posible a sus trabajadores, se refuerza la idea de “trabajo-castigo”, que a menudo se expresa en los clásicos posteos de Facebook como la “maldición del lunes y la alegría del viernes”. Sin ir más allá “Condorito”, ofrece una radiografía nítida de la “cultura chilensis”; no trabaja, o más bien no posee oficio conocido y si lo comparamos con “Homero Simpson” (un clásico vago americano), podemos contrastar que éste, a pesar de su afición a ocio, si tiene un trabajo, mantiene una familia y asume el papel de padre de su prole. En esta búsqueda del sueño de la pereza, se esconde una realidad bastante cruda; el chileno medio, no cree en sus instituciones, fundamentalmente en la justicia; la fatalidad cuelga como una espada sobre su cabeza; aquí es donde “la suerte” se transforma en una utopía legitimada por generaciones. Y a la espera infinita del golpe de suerte, el ciudadano no trepida en subirse por la puerta de atrás al Transantiago, de buscar la manera de engañar al mecanismo de las máquinas expendedoras, de inventar antecedentes curriculares, y en otras esferas, de utilizar información privilegiada para provecho propio, de buscar fórmulas para evadir impuestos, de alterar contratos unilateralmente, de utilizar el “lobby” como una herramienta legítima de forzar políticas públicas para beneficio personal o corporativo. “La dureza y crueldad de los conquistadores y colonizadores, su instinto de rapiña, su aprovechamiento desconsiderado de la mano de obra, su creación de una plebe semi-esclava, ha tenido un largo castigo en su propia sangre, en sus hijos bastardos: los rotos" (Joaquín Edwards Bello, Crónicas)